Hay veces en las que salirse del camino trae buena suerte. Ayer fue uno de esos días y es que ¿por qué debemos ir siempre a los mismos sitios? Admito que soy el más convencional del mundo y el menos trendy en lo que a galerías respecta, pero hay lugares que enamoran y encandilan y ayer tuve el placer de estar en dos de ellos: el Museo Vicenç Ros y L'Enrajolada, ambos en la localidad catalana de Martorell (20km de Barcelona).
Así a simple vista este municipio puede parecer poco atractivo y muy industrializado, pero esconde la colección de azulejos más importante de Cataluña.
Así a simple vista este municipio puede parecer poco atractivo y muy industrializado, pero esconde la colección de azulejos más importante de Cataluña.
En primer lugar hablamos del Vicenç Ros. Este museo se halla en un antiguo convento benedictino del s. XVII, por lo que el atractivo del edificio, así como las privilegiadas vistas de Montserrat que hay desde él, acompañan mucho a la soberbia colección de azulejos peninsulares que hay en su interior. Pero el museo guarda otros tesoros, como antiguos grabados de Martorell, restos de la iglesia parroquial destruida durante la Guerra Civil o monumentales botas de vino y antiguas herramientas de campo. Tal y como su nombre indica, las colecciones de azulejos de entre los siglos XVII y XVIII y el resto de obras que guarda, fueron adquiridas por Vicenç Ros, un niño pobre que, por circunstancias de la vida, hizo fortuna y cuya labor es digna de admirar.
El otro museo de hoy es L'Enrajolada. Una casa señorial catalana con un hermoso patio que no solo cuenta con una excepcional muestra de cerámica que se remonta a la Edad Media, sino que acoge restos de edificios barceloneses de distintos siglos que fueron derruidos y que los Santacana se encargaron de recoger y utilizar como elementos decorativos de su villa. Aparte, las habitaciones de la familia son un irremplazable ejemplo de mobiliario isabelino. Por otro lado, esta antigua residencia es el primer espacio catalán concebido como museo, pero no por el hecho de estar abierto al público, sino por la antigua concepción de valorar, integrar y querer preservar el arte sacándolo de una vitrina y convirtiéndolo en un elemento más de la casa.