viernes, 30 de septiembre de 2011

Frederic Marès o el arte de coleccionar

Solo en una ciudad como Barcelona puedes coincidir al mismo tiempo con una catedral gótica, un palacio medieval, un músico tocando jazz y un museo cuya colección empieza antes de Cristo y termina en el siglo XIX. Y es que el barrio gótico de la Ciudad Condal esconde lugares que trasladan al transeúnte a épocas pasadas. Pero lejos de querer analizar el innegable encanto de este quartier, hablaremos de un museo que se encuentra en su corazón y que quizás no sea tan conocido como debería: el Museo Frederic Marès.

Hacía tiempo que quería adentrarme en este sitio. De hecho, en alguna ocasión ya había disfrutado de la compañía de la fuente y los naranjos que viven en su patio (patio que por cierto pertenece al Palacio de los Condes de Barcelona), pero nunca había visitado el museo. Este es uno de esos lugares que, pese a ser muy visible (Plaça Sant Iu, junto a la catedral), no está muy concurrido y permite estar solo en una sala y disfrutar relajadamente (sin ruidos, aglomeraciones e insípidas visitas guiadas) de una de las colecciones de arte exento más importantes de nuestro país.
Pero entremos en materia. El grueso del museo lo forman esculturas de entre los siglos V aC y XIX de nuestra era que pertenecieron a la colección personal del hombre del que recibe el nombre el museo.

Son de especial interés las salas de románico y gótico, en las que se exhibe una vertiginosa cantidad de tallas de vírgenes y Cristos. Pese a que principalmente vemos madera, es imprescindible dedicar unos minutos a contemplar las esculturas en piedra del conocido e influyente maestro de Cabestany, o algunas cruces o cofres con esmaltes de Limoges. ¡Incluso hay dos pórticos de iglesia!

En la misma línea, los posteriores estilos renacentista y barroco son una exultante muestra del valor de la colección. En esta sección resalta el fabuloso San Roque de Berruguete y una amplia muestra de la obra del escultor Manuel Álvarez.

Pero quizás, lo que más pueda atraer a un visitante no tan familiarizado con la escultura religiosa, son las dos últimas plantas. Este es el típico sitio en el que, al entrar, uno se pregunta ¿antes de hacer el museo dónde tendría metido todo esto ese hombre? Ahí se encuentra lo que tradicionalmente se conoce como un gabinete. Es decir, muestras con desmedidas cantidades de pipas de fumar, llaves, bastones, menús de restaurantes, fotografías, abanicos, cartas, vitolas de puros, juguetes del XIX, etc. Vamos, prácticamente todo lo coleccionable.

Para entender el grueso de piezas que se almacenan en este lugar, cabe recordar que Frederic Marès (1893-1991) no fue solo un gran escultor, sino que fue uno de los coleccionistas más importantes de la España del XX. Por suerte, en 1944 donó sus posesiones al Ayuntamiento de Barcelona y, dos años después, nació el museo del que podemos disfrutar hoy todos.

En definitiva, el Museu Frederic Marès es una gran alternativa a muchos de los centros de arte que se encuentran en la ciudad, más íntimo y personal, aunque no por ello menos grande (se requieren un mínimo de 2 horas para visitarlo). Las colecciones son de primera línea, sobre todo las de románico, gótico y barroco. Este es un lugar para perderse, un oasis en el que relajarse y disfrutar en el corazón de la siempre estupenda Barcelona.

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